domingo, 22 de marzo de 2009

Historia del taxi en España



INTRODUCCIÓN

Esta es una crónica virtual del pasado que se remonta al último tercio del siglo XVI cuando comienzan a circular los primeros taxis de Madrid, las mulas de alquiler del periodo de Felipe II. Después llegaron otras formas y manera de desplazarse por el centro de la Villa y Corte como las sillas de mano, conducidas por pícaros mozos; las literas, empujadas por mulas, y los populares coches de caballo, bautizados por el pueblo con el nombre de simones y manuelas. Más tarde aparecieron otros modelos, también de tracción de sangre, llamados calesas, calesines, tílburis, faetones y berlinas hasta la llegada del automóvil. Los primeros autotaxis circularon por las calles de la ciudad a primeros del siglo XX y fue un gran acontecimiento social. Durante años compitieron taxis y tranvías hasta que la guerra terminó con el parque móvil. Fueron malos tiempos para el sector, años de hambre y gasógeno, de muchas horas de trabajo y pocos recambios para los viejos coches. A partir de los años 50 mejoró la situación del taxi y el sector vivió muchos episodios que aparecen relatados en estas páginas.

Historia del Taxi en los siglos XVI-XVII
Los primeros taxis conocidos fueron las mulas de alquiler que empezaron a circular en la Villa y Corte durante el gobierno de Felipe II. Después aparecieron en las calles las sillas de mano, las literas y los primeros coches de alquiler. Fueron años de mucha picaresca entre los mozos de silla y los empresarios de las mulas-taxi que trasladaron sus negocios a los arrabales de la ciudad para escapar del control municipal.

LAS MULAS DE ALQUILER

Los pocos carruajes que circulan por la ciudad, además de los carros y carretas que trasladan mercancias, y a veces viajeros, de los arrabales al interior, son las sillas de mano y las literas. Pero estos coches, por llamarlos de alguna forma al ser medios de desplazamiento movidos por personas y animales, no serán de alquiler hasta el siglo XVII cuando se generalice su uso.
Por tanto, el único medio de alquiler eficaz son las mulas, aunque sus recorridos corresponden más a lo que hoy llamaríamos transportes interurbanos. Un pregón de los Alcaldes de Casa y Corte -especie de jueces penales cuyas decisiones estaban por encima de las tomadas por los alcaldes corregidores- de 1.569 regulaba este negocio que al parecer era próspero y daba buenos dividendos.




El bando establecía que ninguna persona pudiera alquilar mulas a más de 60 maravedíes por día, no quedando obligados a pagar los días de fiesta que no se trabajasen. Los empresarios del sector se quejaban por aquel entonces de tal decisión porque sólo podían alquilar los animales a razón de 8 leguas por día, no pudiendo hacerlo por más fechas de las que invirtiese la mula en el camino, además tampoco podían ir mozos acompañando a los usuarios de este medio de transporte contra su voluntad si no iban cuatro o más animales juntos. Ante estos inconvenientes los propietarios de mulas solicitan a la Sala de Alcaldes la suspensión del pregón y una nueva norma que regule el sector con el fin de favorecer su desahogo económico.

Pero las cuentas no les salen a estos pequeños empresarios y exponen ante las autoridades los motivos que estan provocando la crisis en el sector. Indican que la cebada había subido en los últimos ocho años más del doble, pasando de 4 a 8 reales y medio, y las mulas habían pasado de 20 a 50 ducados. Junto al precio del combustible, el alquiler de las casas y establos donde vivían y guardaban el ganado suponía una renta mensual de seis ducados. Ante la continua negativa del Concejo madrileño a revisar los precios, los empresarios cambian de estrategia y comienzan a situar sus negocios en las afueras de la Corte. Con este método, cuando un viajero necesite alquilar una mula tendrá que buscarla en la periferia y pagar por ella hasta seis reales por jornada debido al poco control establecido más allá de las murallas.

Ante tantos abusos las restricciones se imponen y en 1.584 una orden del alcalde avisa a los alguaciles para que no tomen ni hagan dar a nadie coches, carros ni cabalgaduras de alquiler, prohibición que se mantiene cuatro años más tarde cuando se recuerda que no se alquilasen cabalgaduras, ni se cobrase más de ocho leguas por dia. En 1.615 se ordena que todos los cocheros y mozos de mulas que bienen a esta Corte con sus coches y mulas, vengan directamente a parar a los paradores y mesones públicos y no en otra parte. Las penas por no obedecer son la pérdida del coche y las mulas para los propietarios; de 100 azotes para los encubridores y de cuatro años y 50 ducados para los dueños de las casas alquiladoras por los empresarios. En 1.616 se prohibe alquilar coches y mulas de camino sin freno.

LAS SILLAS DE MANO

Si las mulas de alquiler son los primeros taxis interurbanos que circulan por la villa, las sillas de mano y literas son los primeros coches de alquiler que prestan un servicio estrictamente urbano. Las sillas fueron al principio carruajes particulares, pero su uso se extendió tanto que durante el siglo XVI ya las hubo de alquiler y con paradas fijas en el centro de la ciudad situadas en las plazas de Herradores, Cebada, Antón Martín, Santo Domingo, Provincia, Puerta del Sol y Palacio Real. Sobre este tipo de coches nos cuenta lo siguiente Angel Fernández de los Ríos en la revista La Ilustración Española y Americana del año 1.876: Mejores condiciones tenian las sillas de manos, que conducidas por hombres, no servian para distancias largas como las literas, pero prestaban incomparables servicios en las calles de Madrid, que eran una sucesión constante de pendientes: comezaron á hacer uso de ellas las señoras y dueños de la corte, tuviéronlas luego personas menos encopetadas, y acabaron por generalizarse de tal modo que llegó á haberlas de alquiler, y al fin vinieron á influir hasta en la construcción de las casas principales....




Continúa su relato el Cronista de la Villa explicando que las escaleras de las casas se construian con peldaños anchos para que los mozos de silla o portadores pudieran subir a las señoras hasta la antesala de la casa. La silla de manos, como se puede suponer, era un asiento suspendido entre varas largas conducido por dos mozos que soportaban todo el peso del viajero y de la silla sobre sus hombros mediante unas correas. Marchaban uno delante y otro detrás a paso lento y uniforme y eran relevados por otros dos criados cuando la distancia a recorrer era larga.

LOS MOZOS DE SILLA

Los encargados de trasladar a los viajeros eran los llamados mozos de silla, unos jóvenes que cobraban un real a primeros de 1.600 por el servicio de traslado ida y vuelta, cantidad que posteriormente se elevó, según aparece reflejado en el Pregón de la Villa de 1.613: "que los mozos de sillas no puedan llevar ni lleven por cada persona que llevaren en la silla dentro de la villa, de ida y vuelta de la parte donde la llevaren, más de real y medio cada uno so pena de vergüenza pública y cuatro años de destierro, y veinte ducados para la Cámara de Su Majestad y denunciador..."




Este coletivo de alquiladores estaba regulado por otra ley, de abril de 1.611, que disponía que ninguna persona puede ser mozo de sillas alquilado en esta nuestra Corte sin tener licencia para ello, y habiéndole tasado lo que hubiere de llevar, los cuales se entiende con los que tiran sillas siendo criados; y en las ciudades, villas y lugares se registren ante los Justicias de ellos. Esta y otras disposiciones tienen su origen en la gran cantidad de jóvenes holgazanes y vagabundos que llegaban a la capital procedentes de ciudades y villas en busca de la vida fácil y cómoda a la caza y captura de oficios de escasa especialización. Por ello gran parte de estos muchachos se dedicaban al oficio de portador de sillas que sólo precisaba tener una buena constitución física. Para ejercerla, los nuevos mozos estan obligados a traer cada uno el correón con que llevan la silla, echando al hombro descubierto. Pero estos jóvenes, que ganaban un buen dinero para aquella época, y lo hacían de forma rápida y sencilla, se ausentaban con bastante frecuencia de sus puestos de trabajo y no volvían hasta que el estómago y el bolsillo se quedaban vacíos. Esta situación generaba una permanente falta de mano de obra y a veces una excesiva oferta.

LAS LITERAS


La litera era un carruaje de tracción animal en el que las varas que sujetaban la caja donde iba el viajero descansaban en los sillines de los animales. Era tirada preferentemente por mulas al ser la caballeriza que mejor se adaptaba a la irregularidad del terreno. Fue uno de los medios que más evolucionó en aquellos tiempos, tanto en comodidad como en rapidez, al pasar un asiento simple y sencillo de acceso lateral en el siglo XVI, a disponer de dos plazas, toldo, cortinillas, decoración en piel y entrada delantera en el siglo XVII. Junto a las mulas iban además dos mozos montados sobre cada uno de los animales para alcanzar mayor velocidad.



La litera se usó menos como carruaje de alquiler que la silla de mano, mucho más popular y accesible para ser conducida por las estrechas calles del viejo Madrid. En un principio funcionó como coche de camino, preparado para largas distancias, pero el crecimiento urbano de la corte adaptó sus características a las exigencias de la capital. Se transformaron varias partes del carruaje, en especial el sistema de acceso.




Luis Soler en su Historia del Coche realiza esta descripción sobre las nuevas literas urbanas: eran unos berlinones no muy graciosos de factura, más modestos en su construcción y más molestos en su uso, especialmente por las dificultades que ofrecían para subir o para salir de ellas, ya que las varas atravesaban, en su totalidad a la caja, no permitiendo, como en las de lujo y de particulares, una portezuela a cada lado, pues que en éstas las varas llegaban nada más que hasta el hueco de las portezuelas, en donde se ajustaban, habiendo, por lo tanto cuatro varas en lugar de dos. Para subsanar aquel defecto fue preciso rasgar la parte del tejadillo que se correspondía con las aberturas laterales, que después quedaban carradas con unas especies de cartinillas llamadas manteletas. Para entrar era forzoso que el muletero tomase a brazos al viajero y le zambullese, por ser más gráfico en la expresión, dentro de la berlina. Más tarde todas las literas adaptaron el sistema de las cuatro varas, terminando con aquel otro tan vejatorio que daba lugar a bromas de mal género y a otros abusos groseros, especialmente cuando de señoras se trataba.

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