No me importa la gente. Sólo me importan sus motivos.
La persona que entra en mi taxi y me cuenta su vida, lo que hace, lo que no hace, lo que come, dónde trabaja, en qué suele emplear su tiempo libre, si vio el Madrid-Barça del sábado, si se masturba habitualmente, ocasionalmente o nunca, cuánto tarda en hacer un Sudoku, si bebe, qué bebe o cuánto bebe, si está casado, soltero o es viuda, todo eso, todos esos datos que sumados conformarían, en definitiva, la esencia de cada uno, lo que somos, todos esos datos, como digo, me importan tres cojones.
Sólo me interesan sus motivos, lo que les lleva a hacer lo que hacen o a ser como son. Me importa tres cojones que hagan Sudokus. Lo que realmente me importa es el por qué los hacen.
Si nos fijáramos menos en las cosas y más en su por qué, si nos diéramos realmente cuenta de todo lo que hacemos al cabo del día, si buscáramos la etimología mental de cada acto o de cada acción, entonces, el mundo se haría añicos.
Si al que le gusta, por ejemplo, hacer puzzles de 10.000 piezas se planteara por un segundo por qué le gustan los puzzles, si consiguiera sacar una conclusión lógica de qué le lleva a unir unas piezas con otras, no sólo dejaría de hacerlos de inmediato, sino que acabaría volviéndose loco. Si el tornero fresador se preguntara por qué se dedica a ello y consiguiera hallar dentro la auténtica respuesta, acabaría volándose la tapa de los sesos.
Yo, ya lo he hecho.
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